Alma y materia: Borja Cortés en el Palacio de Motemuzo

Borja Cortés en el Palacio de Motemuzo

Hay búsquedas que no son nada fáciles, pero que cuando se alcanzan son irresistiblemente sublimes. Sin duda alguna, entre estas difíciles sendas, la más compleja es la que nos lleva hasta la esencia pura de las cosas. Pero una vez conseguimos alcanzar esa iluminación, son nuestros más profundos sentidos los que se apoderan de nosotrxs y conseguimos comprender la profundidad y complejidad de las cosas sin ayuda de la razón, solo de una manera pura y emocional.

El camino que recorre el pintor zaragozano Borja Cortés es muy cercano a esta senda hacia el alma de las cosas. Tal vez lo consiga porque desde pequeño se ha adentrado en las complejidades de la pintura, como hijo de Fernando Cortés, y por tanto en cierta forma, hijo del Grupo Forma. O si acaso puede ser por su formación multidisciplinar en la que no prioriza entre pintura o música, sino que se desenvuelve en ambas disciplinas con gran soltura y entendimiento. O también puede deberse a su bagaje cultural tanto en la Historia del Arte como en la Música o la Filosofía.

Sin duda alguna no existe un motivo único, sino que se trata de la confluencia de los enumerados anteriormente y otros muchos que quedan sin mencionar. Pero lo cierto es que la forma de trabajar y acercarse a la pintura en una abstracción cercana al Expresionismo Abstracto y al Informalismo nos hace adentrarnos en un mundo del que no estamos seguros si se está creando o se está destruyendo, pero que desde luego se mueve, cambia, se retuerce y vive.

Este mundo se puede visitar actualmente hasta el 7 de abril en el Palacio de Montemuzo, en una exposición individual de este artista titulada Un posible mundo.  En esta muestra, las tres salas del palacio renacentista acogen las obras abstractas de Borja Cortés. En las dos primeras salas se reparten piezas con un carácter ligero pero contundentes, de bases blancas con marcados puntos de color, y casi siempre trabajando los grandes formatos y jugando con las texturas y materias de la pintura y el soporte. Sin embargo, el último espacio al que somos conducidos se torna oscuro y negro, más íntimo, donde también nos acompaña la música creada por el propio artista.

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Figura y estado de cosas (2017) de Borja Cortés. Fotografía de Gonzalo Bullón.

Este camino a través de las salas recrea una especie de cueva, nos confesaba hace pocos días el propio pintor, pero no una cueva platónica, sino una más primitiva, en la que los secretos que se guardan en el fondo de la caverna evocan a una parte más profunda de nuestro ser.

El juego con las texturas, con los soportes, con los colores y la composición configuran piezas viscerales en las que no se atisba un orden jerárquico. Este resultado es fruto del propio proceso creador de Borja Cortés, en el que él mismo se rodea de diferentes materiales y pinturas, y sin pensar demasiado, mancha sus lienzos y maderas, dejando que trabaje tanto el azar como sus propias manos.

El artista crea la intención de configurar series, buscando dotar de autonomía a cada una de sus piezas, aunque sí que podemos ver nexos de unión entre todas ellas y una coherencia estética que da unidad al global de la exposición.

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Summa (2016-2018) de Borja Cortés. Fotografía de Gonzalo Bullón.

En conjunto una exposición emocionante y cautivadora, que cambia cada vez que se  entra a visitar los cuadros en los que se aúna alma y materia. Una exposición que nos recuerda los valores intrínsecos de la abstracción y del arte en sí mismo.

El siguiente paso es no perder la vista a Borja Cortés e instarle a exponer fuera de nuestra ciudad, si bien queremos seguir disfrutando de su obra aquí, también queremos que los talentos que afloran en nuestra tierra se conozcan fuera de ella.

 

Imagen superiorDetalle de Una Montaña detrás de una ola, obra de Borja Cortés. Fotografía de Borja Cortés.

 

Alejandro M. Sanz Guillén

Redactor de la Revista Kalós