Un pequeño acercamiento al México de la pandemia desde Canoa de Felipe Cazals

Canoa (1976), Felipe Cazals

Cuando la pandemia empezó a tomar matices más serios y la gente veía en ella una situación a considerar, empezó una proliferación masiva de información: datos, estadísticas, preguntas, insinuaciones, miedos, inseguridades, etc. tomaron la batuta de internet (y lo siguen haciendo). Era difícil no toparse con algún estudio sobre el virus, el avance de éste, las medidas de sanidad que cada país adoptaba, los medicamentos que se proponían y, desafortunada o afortunadamente, abundaron las teorías de conspiración sobre su origen, su manejo y su impacto en la sociedad, además de muchos otros temas que hicieron convenientes estos tiempos para su difusión. Muchas de estas teorías mostraban aspectos genéricos y, si podemos permitirnos caracterizarlas, apelaríamos a su manejo de información, que, dicho sea de paso, en la mayoría de las ocasiones, se encontraba sesgada a la hora de difundirse.

Particularmente, me parece, el manejo de información requiere de una responsabilidad diligente, pues cuando la compartimos es difícil precisar las consecuencias que se desaten. Y las consecuencias no tienen por qué ser negativas; en el mejor de los casos nos pueden ayudar a solventar algún problema en la medida en que sepamos ocuparla. Sin embargo, y de nueva cuenta con las teorías de conspiración, era difícil verse privado de ellas, pues con el flujo abundante de información por todos lados necesariamente nos íbamos a topar con alguna.

Ahora bien, ¿qué se podía (y aún se puede) hacer cuando aparecía una nota de este tipo? La pregunta puede o no ser complicada de contestar, sin embargo, una actitud escéptica y crítica para con ella puede ser de extrema importancia; pero, qué pasa cuando esta actitud no se puede potenciar, cuando la confianza se deposita en alguien que la maneja inadecuadamente y somos nosotros las víctimas de esa negligencia. Si estamos dispuestos a recordar, pues una remembranza requiere fortaleza, a manera de paralelismo, me gustaría referirme al hecho que narra Canoa (1976) de Felipe Cazals, donde el párroco del lugar hace uso arbitrario de su posición para manipular a los habitantes del lugar y decirles lo que deben o no creer. El precio será la mutilación de unos jóvenes forasteros que solo querían acampar. Ahora bien,  me gustaría relacionar este hecho con aquellas personas que han manipulado información, en el contexto de la pandemia, para provocar pánico o, en el peor de los casos, agresiones contra personal médico de la República Mexicana.

El hecho que nos narra Canoa puede haber sido uno de los acontecimientos más difíciles de la historia de México. Un grupo de trabajadores de la aquel entonces Universidad Autónoma de Puebla decidieron acampar en las faldas de la Malinche, pero debido a una torrencial lluvia se vieron obligados a refugiarse en la comunidad más aledaña a esa montaña, el pueblo de San Miguel Canoa. Sin embargo, y por incitación del párroco de la comunidad, los trabajadores son tomados por estudiantes «comunistas» y «herejes» que solo buscan alterar el orden del lugar y asesinar al padre, lo cual les hace acreedores del linchamiento por parte de casi todo pueblo.

Pensar en este hecho es reflexionar sobre cómo se llegó hasta ahí, qué fue lo que lo provocó y quiénes fueron los responsables. No es para menos, las víctimas fueron asesinadas con el mayor repudio, sin embargo, y con todo el respeto posible, fueron presas de algo más. Como vemos durante el rodaje, que toma tintes de falso documental, hay una cierta extrañeza, por parte de algunos habitantes, sobre el recién llegado párroco. Sus métodos no provocan mucha confianza, mínimo a los que le ponen un interrogante a sus intenciones. Sin embargo, hay un polo más grande del pueblo que toma sus palabras como la verdad apodíctica. «Que va a venir el diablo e intentará izar una bandera roja con negro y se llevará nuestros bienes» es una constante que se repite en palabras del padre, y son replicadas por los habitantes de Canoa.

El hecho de creer al sacerdote es sinónimo de creerle a la verdad, y como después de la verdad no hay más, o mínimo al alcance de aquellos pobladores, no hay lugar para las dudas, como no hubo lugar al silencio durante el linchamiento. Así pues, los habitantes son presas de su confianza desmedida. Y el padre, que cumple del «ser sabedor», pues sabe cuáles son las carencias del pueblo y el costo que tiene remediarlas, funge como el que conoce lo que es el bien y lo que es el mal. De esa manera, los trabajadores son convertidos en estudiantes comunistas y herejes, y su metamorfosis los relega al bando del mal. El costo de este señalamiento será cobrado con sus vidas, pues en Canoa lo que el padre dice que debe erradicarse debe hacerse así tal cual, sin reproches o dudas.

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Fotograma de Canoa (1976), Felipe Cazals.

Pero ¿los pobladores serían los antagonistas de esta macabra historia? Puede que sí, puede que no, lo que sabemos es que fueron manipulados, fueron guiados por prejuicios, y el que tenía la posibilidad de brindar verdad, pues como se dice, en Canoa hay apenas tres escuelas y la gente a duras penas llega a la secundaria, no lo hizo. Con esto no sugiero que la educación nos lleva hacia la verdad, no obstante, su uso puede ayudar a identificar problemas, y aunque no los resuelva concluyentemente, mínimo presta la atención debida a ellos.

¿Qué nos puede decir Canoa sobre la situación pandémica de México? Me parece que encuentro un paralelismo entre estas personas que se dedican a difundir información falsa y alarmista y el párroco de san Miguel Canoa. Por un lado, tenemos a mucha gente que cree en estas noticias, pero que puede ser difícil para ellos identificarlas como tales. En ese sentido, incurrirles en ignorancia es incurrirnos a nosotros mismos como ignorantes, pues no podemos tener conocimiento de todo.

Por otro lado, refleja una situación que ha sido una constante en el país: la cobertura de la educación. Porque, aunque Canoa se encuentra a 45 minutos de la ciudad capital de Puebla, el alcance de unos libros, techo y maestros, para aquella comunidad, es una eternidad. Y aunque hubiera educación, en un país donde la pobreza es más que evidente, difícilmente podremos contar con niños o adultos que puedan sentarse a tomar clase tranquilamente, pues el trabajo gana terreno en este aspecto porque es el que puede proveer dinero.

Llegados a este punto, criticar a las personas que difunden noticias falsas sin saber que lo son se vuelve más agudo, pues difícilmente podemos juzgarlas cuando no sabemos si tiene el privilegio de tomar clases adecuadamente, o mínimo si puede adquirir un libro. Pero tampoco quisiera solapar, con esto, el hecho que se vivió en Canoa.

Para este aspecto, me parece que resulta más fructífero atender la educación que a una noticia falsa, pues esta va a seguir existiendo, la tuvieron las personas durante la Peste Negra y la tenemos hoy. El problema, quizá, radica en la capacidad de proveer educación que brinde pensamiento crítico a la persona, y ésta pueda usarlo en la mejor comprensión del mundo y no solo como suntuosidad y objeto de vanagloria. Hacen falta canales de distribución de la educación, pero también hacen falta personas comprometidas con ella; que se vean como formadores y no solo como educadores; que en la mayor medida de lo posible se dé conocimiento y que este hecho ayude a buscar conocimiento.

Es necesario dirigir los esfuerzos hacia la accesibilidad de todas y todos al conocimiento, y que se vea como nuestra defensa frente a la desinformación y otros problemas. Algo así como el documental El sembrador (2018) de Melissa Elizondo Moreno, que haya el mayor alcance de los libros y la escuela, hasta las lejanas montañas de Chiapas. Parafraseando, si se me permite, una de las míticas partes del discurso de Pericles de Tucídides, digo: «nos servimos del conocimiento más como oportunidad para la acción que como pretexto para la vanagloria».


Imagen superior: Fotograma de Canoa (1976), Felipe Cazals. Fuente: IMCINE / Cine Premiere.


Óscar Daniel Sandoval Flores

Colaborador de Revista Kalós