Nacido en 1920 en Rímini, Federico Fellini pasó a la historia del cine por ser un director inclasificable, capaz de crear un universo propio. Esta primavera la Filmoteca de Zaragoza nos brinda la oportunidad de asistir a un estupendo ciclo del director italiano para conmemorar el centenario de su nacimiento.
Su gran afición de juventud fue el dibujo y más concretamente la caricatura, por ello comenzó a trabajar como caricaturista en semanarios. Ya en Roma adquirió cierta popularidad gracias a las viñetas y los cuentos por entregas que publicó en la revista Marco Aurelio. En 1940, tras trabajar un corto periodo en la radio, hizo su primera incursión en el mundo del cine al participar, en calidad de guionista, en la película ¡El pirata soy yo! (1940), dirigida por Mario Mattoli. Este sería el primero de una larga lista de filmes en los cuales se ocupó de preparar el guion.
Federico Fellini en su juventud.
Roma, ciudad abierta (1945) supuso un punto de inflexión en su carrera al ocuparse del guion de la película de Roberto Rossellini -clave del neorrealismo italiano-. Este tándem se repitió con Paisá (1946) donde también fue ayudante de dirección.
Nada impedía que se lanzara a estrenar su primera película El jeque blanco (1952) que pasó sin pena ni gloria. Tras esta vino Los inútiles (1953) donde encontró la clave hacia el éxito al narrar una historia con tintes autobiográficos sobre su juventud en su ciudad natal.
Todo el cine de Fellini bebe de su propia realidad o más bien cuenta historias desde su punto de vista narrado en primera persona. Otros conceptos que caracterizan el cine de Fellini son: en primer lugar, la sátira presente en películas como La Strada (1954), una dura y poética historia de perdedores en la Italia más profunda. En segundo lugar, la realidad más cruda representada en Las noches de Cabiria (1957). La repercusión de esta película se hace notoria con el remake protagonizado por Shirley MacLaine, Las noches de la ciudad (1969), y con la versión satírica española, Las noches de Cabirio (1971) con Alfredo Landa a la cabeza. Almas sin conciencia (1971) cierra la llamada trilogía de la soledad junto a las dos mencionadas anteriormente.
Anthony Quinn y Giulietta Masina en La Strada.
Y, en tercer lugar, el otro concepto que tiñe el cine de Fellini es la fantasía, que se ejemplifica en La dolce vita (1960). Este largometraje marcó un antes y un después en toda su filmografía. Es una sátira de la vida libertina de la alta burguesía de Roma que trasciende el realismo -podemos equipararla a La gran belleza (Paolo Sorrentino, 2013)-. Gracias a esta película se popularizó el término paparazzi ya que el fotógrafo en busca de celebridades en la película se llamaba Paparazzo. La película catapultó a la fama a Anita Ekberg y a Marcelo Mastroianni, a quien convirtió en galán de cine.
En 1963 consiguió su tercer Oscar -los anteriores fueron gracias a La strada y Las noches de Cabiria-, centrado en un cine más experimental, de tintes oníricos, Fellini estrena Ocho y medio (8 ½) rompiendo esquemas narrativos al mezclar realidad y ficción. Mastroianni volverá a ser el alter ego del director. Con Satiricon (1969) se sumerge por primera vez en las películas de época con la que viajamos a la Roma del siglo I d. C. para asistir a la estructura social del imperio de hace 2000 años.
Marcello Mastroianni y Federico Fellini en el rodaje de Ocho y medio.
A menudo, el trabajo de Fellini fue malinterpretado al ser considerado para intelectuales por el espectador de cine medio (¿te suena eso, Woody Allen?) pero, generalmente, era la falta de estructura lineal de sus películas lo que hacía que cada cual las interpretase a su manera. No se lo pone fácil al espectador pero eso hace la experiencia más gratificante.
La década de los 70 comenzó con un homenaje a la capital italiana en una película repleta de hallazgos visuales, Roma. 10 años después de su tercer Óscar gana el cuarto con Amarcord (1973), una película arriesgada formalmente, con una cámara colocada a pocos metros del suelo para conseguir la visión de un niño en un retrato del fascismo italiano adorable, mordaz, satírico y sincero. Muchxs de ustedes se preguntarán ¿Qué significa “amarcord”? Al parecer, es un neologismo del propio Fellini que procede de la contracción de “A m’acord”, que es la forma en que se pronuncia “Io mi ricordo” (“me acuerdo”) en la región donde creció el director.
Además de los rasgos formales, a un director de cine también le define el equipo del que se rodea. En el caso de Fellini eran habituales nombres como Marcello Mastroianni, a quien ya hemos mencionado, su montador predilecto Leo Catozzo y el compositor Nino Rota, creador de esa banda sonora tan característica e importante. Merece mención aparte la actriz Giulietta Masina que, además de ser su mujer, nos regaló tres de los papeles femeninos más importantes y hermosos de toda su filmografía: Gelsomina en La Strada (1954), Cabiria en Las noches de Cabiria (1957) y Giulietta en Giulietta de los espíritus (1965).
Giulietta Masina y Federico Fellini tras su Óscar tras La Strada.
Además de los trabajos firmados por él, Filmoteca de Zaragoza también proyecta dos documentales sobre su figura e impronta en el séptimo arte: Soy un gran mentiroso (2002) dirigido por el francés Damian Pettigrew que recoge las últimas entrevistas realizadas por el director italiano y, más actual, Fellini de los espíritus (Selma Dell’Olio, 2020) que realiza un profundo viaje sobre los temas que impregnan la filmografía de Fellini.
Aprovechen esta magnífica oportunidad que nos ofrece el panorama cultural zaragozano para disfrutar de estos y otro puñado de películas de Federico Fellini en un ciclo que durará hasta junio.