Sobre la mujer, el hombre y la arquitectura doméstica

En no pocas ocasiones cuando se trata la desigualdad de género en la vida profesional se hace atendiendo a datos, cifras, y otro tipo de indicadores en forma de análisis que arrojan una diagnosis de la situación actual, donde la mujer claramente sale perdiendo. Desde luego dichos análisis sirven para evidenciar de manera escandalosa la injusticia social y la discriminación que por cuestiones de género sufren día tras día las mujeres en cualquier ámbito profesional. Hace unos días en Kalós ya hablamos de ello concretamente en el campo de las artes plásticas (El Techo de cristal en el arte).

Más allá de tratar la presencia de la mujer arquitecta en su campo profesional, queremos en este texto abordar la arquitectura desde una perspectiva de género. ¿Qué quiero decir? Pues que la arquitectura a lo largo de su existencia –como otras tantas cuestiones y ámbitos– ha sido concebida, enseñada y divulgada desde una posición androcéntrica, pensada para atender las necesidades del hombre, por lo tanto, en una clara desigualdad.

¿Por qué decimos esto?

Ya Vitrubio, considerado padre de la Arquitectura decía en su De architectura del siglo I a.C. que: las viviendas deben ser según el decoro del pater familias -es decir del hombre-, dependiendo de la profesión de éste la vivienda será de una u otra manera, pensando una arquitectura solamente para el hombre.

En el siglo XV fue reeditada la obra de Vitrubio, momento en el que surge El hombre de Vitrubio realizado por Leonardo Da Vinci, en el que se expone el hombre como medida de todas las cosas y por tanto también en arquitectura. Ya en el siglo XX, y en relación a esto Le Corbusier propuso El modulor, un nuevo ensayo en el que sigue reflexionando sobre una relación matemática entre las medidas del hombre y la naturaleza. Relación con la cual edificó numerosos edificios.

El hombre de vitrubio de Leonardo da Vinci y «Le Modulor» de Le Corbusier

Cuando hablamos de género hablamos de una construcción cultural “hombre” y “mujer” la cual entre otras cosas ha delimitado los ámbitos en si estos son masculinos o femeninos. Estos ámbitos una vez traducidos al espacio podemos hablar de “espacio público” -tradicionalmente asignado a los hombres- y el “espacio privado” históricamente dirigido a las mujeres. Partiendo de dicha separación, el  patriarcado, se encargó de trasladarla del ámbito privado, el hogar, a la ciudad y por ende al total de la sociedad.

En multitud de ocasiones se piensa en la arquitectura valorando sus fachadas, la calidad y estilo de éstas o que si son 6 u 8 las columnas que la conforman -los historiadores del arte pecamos de ello- olvidando sobre todo que la arquitectura es la delimitación y compartimentación de los espacios, y -cosa importante- los espacios NO SON NEUTROS. Su disposición facilita unas determinadas actividades y acciones a la vez que dificulta otras.

El arquitecto no puede limitarse a formas y volúmenes, la arquitectura tiene un sentido, relacionado con el poder económico cultural y social, sentido que durante años ha sido la mirada masculina. Por lo que si existen desigualdades genéricas -y obviamente existen- los usos del espacio también las muestran.  Es por ello que las ciudades y viviendas han sido construidas bajo modelos masculinos siendo así la “expresión del género dominante”.

Con la división del trabajo y vinculado a la vida surgen dos ámbitos diferenciados en relación espacio-tiempo. El espacio público, para el hombre, relacionado con la ganancia productiva, ingresos, dinero, el prestigio y el poder. Y el espacio “privado”, para las mujeres, el tiempo reproductivo, y por tanto las tareas relacionadas con el cuidado, es decir tareas no productivas que el capitalismo no valora, diferenciando la economía doméstica de la de mercado. De este modo la vivienda queda compartimentada, diferenciándose los espacios. Unos más reconocidos que otros según quien los utiliza, como la sala de estar, ligada a la figura del hombre.  Y ya no es que las mujeres se hayan visto relegadas a los espacios privados del hogar, sino que realmente dicho espacio doméstico tampoco le pertenece a la mujer sino que está al servicio del resto.

De esta diferenciación surgen la jerarquía de los espacios en las distintas épocas, como «los estrictos valores del hogar burgués francés del XIX donde existían espacios exclusivos femeninos o masculinos como el Boudoir  y el fumoir», respectivamente, donde se retiraban después de las comidas, así cómo escaleras de servicio separadas, entradas principales y secundarias, etc. También las viviendas del siglo XX reprodujeron esta compartimentación donde predominaban los salones, y se establecían distinciones entre dormitorios principales y secundarios así como el “menoprecio” a los espacios dedicados a los trabajos de cuidados. 

Es por ello que desde diversos colectivos feministas y arquitectas (Flora Tristán, Octavia Hill o Jakoba (ko) Helena Mulder entre muchas otras) en diversos momentos de la historia han propuesto realizar de forma comunitaria las distintas tareas de cuidados para evitar así jerarquías, adaptándose a nuevas formas que diluyan la división sexual del trabajo que históricamente ha oprimido a la mujer.

La conclusión es establecer una relación entre el espacio público-privado, entre las tareas, llegando a tratar que todas las tareas sean productivas cambiando la relación de los espacios. Que cada persona pueda tener un espacio propio, pero existiendo también lugares de relación. Pero no se debe olvidar que la vivienda es un bien material que se compra, se hereda, un lugar privado que mueve numerosos dentro de la economía de un país. Intentar construir un tipo de vida mucho más rica pasa siempre por reconocer como valor productivo las tareas de cuidado, dejándose de considerar las tareas domésticas exclusivas del género femenino. Al fin y al cabo se trata de un momento para repensar y reformular el espacio que nos envuelve.

Como vemos no existe un ciudadano tipo para quien diseñar el espacio público, sino una ciudadanía diversa y compleja que debe tener voz en  el diseño del espacio privado y de los espacios colectivos, de modo que  construyamos  una cultura de diálogo en el intento de establecer una vida más humana para cada necesidad.

 

PARA SABER MÁS…

– ¿De qué hablamos cuando hablamos de género y arquitectura? 

– Las mujeres de la Bauhauss 

– Arquitectura y género. Una reflexión teóricaDe María Novas, 2014.

Arquitectura y género. Espacio público/Espacio privado. De Mónica Cevedio, 2010.

 

Imagen superior: Denise Scott Brown en Las Vegas realizada por Frank Hanswijk.

 

Carlos Sancho

Redactor de la Revista Kalós