Alejandro Obregón (1920-1992) fue un maestro colombo-español de la pintura Latinoamérica activo en la segunda mitad del siglo XX. Experimentó y adaptó al ambiente local diversas vanguardias Europeas, haciéndolas propias, desde el cubismo hasta la abstracción. Pero aquello que lo hace distintivo es la violencia, particularmente la del conflicto armado de su natal Colombia que llega a influenciar grandemente sus obras, algunas de las cuales son explícitas en transmitir el sufrimiento humano mientras que otras a primera vista solo tratan representaciones de figuras y paisajes de la naturaleza en una tónica abstracta recargada de color, pero que también son atravesadas por el tema de la muerte y el dolor.
Obregón no es de ninguna manera apolítico, se hace notar en la escena nacional con la obra que nace a raíz de los horrores que presencia en los disturbios del Bogotazo en 1948, producto del asesinato del candidato liberal Jorge Eliecer Gaitán. Recuerda al trabajar las turbas enfurecidas, el linchamiento del magnicida Roa, los tranvías chamuscados y, sobre todo, el pánico y la confusión generalizadas que afloraron entre los saqueos, así como la represión militar que disparo ráfagas de fusil indiscriminadamente contra civiles. Calles convertidas en un campo de batalla lo inspiran para realizar una especie de Guernica colombiana: Masacre del 10 de Abril (1948). Aquí se observan cuerpos desfigurados, rostros angustiosos y entre los sombríos colores resalta el vivo rojo de sangre, no es necesario el título que le puso para saber que está haciendo una denuncia explicita a la tortura de inocentes por cuestiones políticas.
Obregón es más reconocido por su pintura de exuberantes colores de pinceladas abstractas y un elevado simbolismo siendo sus motivos favoritos la fauna y los paisajes de su tierra como los cóndores y las barracudas o las cordilleras y los volcanes, sin embargo, estos no son cuadros de imitación. Obregón busco mostrar el movimiento, la brutalidad y la muerte que se esconden en la naturaleza junto con la belleza inmediata, al igual que sucede en el país que contiene esas vistas que lo inspiran.
Escoge pintar las barracudas en una serie que inicia en 1959 y que se extiende hasta al final de su vida. De todos los peces marinos escoge a la barracuda por su reconocida agresividad, porque con su aspecto grotesco de boca protuberante y afilada combinada con un rápido nadar y voracidad insaciable rompen la imagen de tranquilidad de las aguas caribeñas y muestran el vertiginoso ciclo de nacimiento y putrefacción que se da debajo de ellas.
En el aire y la tierra también hay musas, el cóndor y el toro, animales viriles, símbolos patrios de sus dos hogares, desprenden energía, vida y tragedia, uno en la plaza y el otro al ser cazado hasta la casi extinción. Obregón los plasmara varias veces muriendo o atacando, en pinceladas gruesas, solo se necesitan rojos y azules, cuernos y alas para identificarlos. A veces los pone juntos, en Torocondor (1959) el ave desgarra al toro que permanece impasible, sin rostro. Obregón se inspiró en una costumbre indígena que observó en los Andes; atan al cóndor a la cola del animal y celebran y beben, no lo dejan libre hasta que haya matado al toro, una alegoría del triunfo del pueblo andino sobre el español, imagen que lo impactó profundamente como heredero gustoso de ambas tradiciones y que le hizo comprender que desde su génesis en su tierra siempre ha habido lucha y dolor, en sus palabras; “Es admitir que uno vive en un país violento, y por eso pinta violento” (Salvador,1991).
Obregón era consciente de su papel como artista de tomar los sentimientos frustrantes producidos por la confusión y dolor de la violencia aparentemente interminable de Colombia, fuera bipartidista, insurgente o del narcotráfico y que se presenta hasta en la misma naturaleza, para recalcar su inevitabilidad e inmortalizarla en un lienzo para generaciones futuras.
Lo dijo el mismo maestro; Yo pinto La Violencia porque era un menester. Debía hacerlo. Es el reflejo inmediato de que hablo. Los periódicos, la gente, todo el ambiente te espicha y hay que sentar tu protesta, hay que cumplir el encargo social. (Panesso, 1975). Un encargo que se ha cumplido con creces, Obregón lo logró con una paleta nutrida y vistosa y con la capacidad deformadora de su imaginación aguda. Una imaginación que fue capaz de encontrar belleza en el horror, no para exaltarlo sino para asegurar que se recuerde.
Imagen superior: Violencia, Alejandro Obregón, 1962
Samuel Muñoz
Colaborador Revista Kalós
Bibliografía
1-. María Salvador, Jose (1991) “Alejandro Obregón: Obras Maestras 1941-1991” Centro Cultural Consolidado. Pp 11-20
2-. María Salvador, Jose (1991) “A la sombra de un alcatraz, diálogo con Alejandro Obregón” Centro Cultural Consolidado. Pp 23-39