Lucía Bosé tiene una trayectoria respaldada por más de una treintena de películas, ha trabajado para los cineastas más importantes e interesantes del cine europeo del siglo XX e incluso abrió el primer Museo de Ángeles del mundo en el pueblo segoviano de Turégano. No obstante en España se le conoce más por su relación con Luís Miguel Dominguín o por ser la madre de Miguel Bosé. Qué atrevida ha sido siempre la ignorancia.
La actriz italiana, nacida en Milán en 1931, era consciente de que el estrellato iba por delante de la estrella y nunca le importó demasiado. Su carrera cinematográfica fue heterogénea pero no por ello dejó de ser exquisita, brillante y magníficamente interpretada. No tenía un perfil muy particular que definiera su estilo como, por ejemplo, Anna Magnani (Roma, ciudad abierta, 1945) o Giulietta Masina (Las noches de Cabiria, 1957), pero nunca lo necesitó.
En sus memorias –Fragmentos de Lucía Bosé, 2019- cuenta como un día, cuando todavía era dependienta de una pastelería milanesa, un cliente se fijó en ella y le dijo: “Acuérdese de mí, un día usted hará cine.” El cliente era el propio Luchino Visconti. Se podría decir que aquí empezaría la raíz que más tarde florecería tras ganar el concurso de Miss Italia en 1947, abriéndole las puertas del mundo del cine.
Su reciente fallecimiento me ha traído al recuerdo una de mis películas favoritas: Muerte de un ciclista, estrenada en 1955 y dirigida por Juan Antonio Bardem. A continuación os dejo una pequeña reseña para animaros a ver esta pequeña y eterna joya del cine español.
Muerte de un ciclista
El cine español de los 50 es una lucha entre continuismo y renovación. El continuismo de la gestión cinematográfica del régimen -férrea, fuerte, controladora, fuertemente burocratizada- con un papel muy fuerte de la censura. Seguirá el No-Do, las calificaciones morales y muchos temas y modelos cinematográficos –cine de reafirmación ideológica, cine de evasión o cine histórico-. La renovación vendría de la mano de la creación de la primera escuela de cine en España en 1947, la entrada de nuevos cineastas (José Antonio Nieves Conde o José María Forqué, entre otros) y, por supuesto, los primeros pinitos de Berlanga y Juan Antonio Bardem. Surcos y Esa pareja feliz fueron las películas que dieron en 1951 el pistoletazo de salida a los nuevos aires del cine español.
Muerte de un ciclista es una película que se asemeja al estilo de cine italiano de Antonioni -cineasta con el que Lucía Bosé ya había trabajado en Crónica de un amor de 1950 y La señora de las camelias en 1953-.
Cartel promocional de la película.
El largometraje dirigido por J. A. Bardem es una furibunda crítica a la burguesía. María José (Lucía Bosé), esposa de un rico burgués, y su amante Juan, un profesor universitario, atropellan accidentalmente a un ciclista. El miedo y la culpa, tras enterarse de la muerte del ciclista en un periódico, les convierte en cómplices. Más aún cuando un amigo de su marido, Rafa, insinúa saberlo todo de ella, incluida su relación adúltera. Los dos conviven con ese sentimiento pero cada uno a su manera. Así, mientras ella teme el chantaje de Rafa, él, abrumado por la culpa, suspende a una alumna durante un examen oral provocando una oleada de protestas estudiantiles. Finalmente, Juan decide poner fin al tormento dimitiendo como profesor y diciéndole a María José que deben entregarse a la policía y contar la verdad, pero ella no está dispuesta a renunciar a las comodidades de su vida acomodada.
Plagada de simbolismos, la película deambula entre dos temáticas bien entrelazadas: el adulterio y la catarsis. En la primera los dos protagonistas padecen de forma claustrofóbica el universo burgués que les obliga a mantener las formas. La catarsis, en cambio, se revela de forma distinta en ambos; ella renuncia a su posición, mientras que él prefiere redimir su culpa.
Aunque ahora tenemos Muerte de un ciclista entre nuestras favoritas del cine español, no corrió la misma suerte en sus inicios. Como tantas otras obras coetáneas, tuvo numerosos problemas con la censura. La parte moral de la obra no estaba bien vista, el adulterio consentido o ciertas connotaciones políticas, como presentar a la víctima como un obrero, chocaron con la ideología del régimen, obligando a rehacer los diálogos finales y dañando irremediablemente la obra. A pesar de todo se estrenó con la calificación de gravemente peligrosa, algo que a la larga la benefició más de lo que la perjudicó.
Muerte de un ciclista participó en el Festival de Cannes fuera de concurso, llevándose el Premio de la crítica Internacional, lo que le reportó un merecido reconocimiento a nivel mundial.