La Performance es una disciplina que bebe de todas las demás artes, no es teatro ni mera representación. Al margen de su buena consideración en la escena artística mundial, plantea nuevos registros conceptuales a la sociedad y a su cultura, siendo, en algunos casos, provocadores o subversivos, y en otros, metafóricos y poéticos.
Los primeros protoperformances documentados en España, lo fueron en Aragón, como ya indicó Hilario Álvarez. Y tuvieron influencia posterior en la corriente surrealista de los años 30, de la mano de Gómez de la Serna y la Generación inverosímil (Jardiel Poncela, Neville, Tono, Mihura, K-hito, Bartolomé Soler…).
Precisamente, en el 2016, se celebró el centenario del Dadaísmo, artistas que empezaron por primera vez a realizar eventos y acciones, o como hoy denominaríamos, performances. Fue en el cabaret Voltaire de Zurich, y los componentes lúdicos, del azar y de la improvisación, era fundamentales.
Existen de muchas clases: poéticos, de acción, comprometidos, transgresores, introspectivos, catárticos, provocadores, happenings, art live, corporales, plásticos-visuales, políticos, fluxus, happenings, conceptuales, musicales, multidisciplinares, corporales, danza, butoh etc. La performance es una manifestación artística con alto grado de intelectualidad, derivada de la reflexión y del contexto social-artístico en la que se enmarca. No en vano, el performance tiene, como una de sus misiones, provocar, hacer reflexionar y transgredir ciertas normas para que, sobre todo en estos tiempos de crisis de valores, la sociedad evolucione. Además, la performance elimina el espacio entre el arte y el espectador, ya que el espectador forma parte de la acción, y del proceso creativo. El arte ya no es un objeto, el arte es un instante único e irrepetible. En una performance, el artista se presenta, no representa (no es teatro). La acción no es actuación. Es un arte vivo y multidisciplinar.
Esa idea se convierte en una acción (las ideas no sirven de nada si no se ponen en práctica o se plasman) delante de espectadores, adaptándose al espacio, al tiempo, al momento y contexto, a los materiales y a la interacción del propio público. Dejando que el azar y la “improvisación” aporten el toque de espontaneidad, parte esencial de esta disciplina. El espectador nunca se debe quedar indiferente, para bien o para mal, incluso si se indigna posiblemente el artista haya dado en la clave.
Performance para el Día contra el racismo y el 20 aniversario de la Casa de las Culturas de Zaragoza. Fotografía de Julio Marín (2018).
¿Todo es performance? ¿La vida es puro Teatro?
No todo es performance. No todo es válido. Partiendo de la palabra, etimológicamente significa hacer algo en público. Se utiliza en diversos contextos como cuando un político habla en público, un atleta realiza una carrera o en la prestación de un vehículo. Se utiliza demasiado actualmente, en muchos contextos, y de ahí que genere ambigüedad y controversia.
La performance como disciplina artística es cuando una persona realmente tiene intención de “regalar” o presentar una idea al público, aunque sea una acción cotidiana, el contexto y esa reflexión anterior intencionada hace que pueda ser arte. El artista es una obra de arte viva.
Acción Yo soy la obra en ARCO 2018. Fotografía de Alma Díaz.
Hay que ser honestos con nosotros mismos y con los espectadores, cualquier propuesta no tiene porqué ser arte. Hay que indagar, documentarse, elaborar la idea, y madurarla mucho hasta presentarla a la audiencia. Todo lleva su proceso y su gestación. Nuestra identidad se reforzará por la historia personal de cada uno, su bagaje y su singularidad. Tenemos que legitimar y poner en valor esta disciplina dignificando nuestro trabajo, dando lo mejor de nosotros mismos.
En la performance siempre ha habido una intención de provocar, de transgredir, de subversión, de romper tabúes y reglas marcadas, de hacer crítica político social, ir contra el sistema… pero también poesía, movimiento, cuerpo, miradas y delicadeza. Y existe también una estética performativa.
El teatro está intrínseco en el ser humano, al igual que la creatividad. Ya los chamanes en la comunidades prehistóricas representaban y escenificaban un papel, al inicio más como función propiciatoria que de entretenimiento.
Últimamente se percibe cierta controversia, en ambos lados, queriendo mantener en cada ámbito su pureza. Por ejemplo, la misma Esther Ferrer –Premio nacional de las Artes, y pionera de la performance en España con el Grupo Zaj- comenta con descontento que “La performance se está teatralizando”. Y también se percibe el desdén con que las personas del mundo del teatro no dan valor a la otra disciplina, a veces simplemente porque no se ensaya, y desmereciéndola por no haber una carga de trabajo detrás como para aprender un papel.
Sin querer posicionarme en cuanto a la aportación del teatro a la performance y viceversa, lo interesante es ver las posibilidades que aportan cada una para generar que ciertas propuestas –tanto teatrales como performativas- sean más interesantes y consigan realmente la atención del público. Precisamente utilizar las herramientas, la estética, el lenguaje, los objetos, la interacción y la acción de la performance en el teatro puede hacerlo más vivo, menos encorsetado, menos manido y más natural. Y la escenografía, el atrezzo, las máscaras, la música, las proyecciones, los efectos, los decorados, la luz e iluminación del teatro pueden enfatizar la idea performativa reforzando la imagen y el efecto en el espectador, haciendo que la acción sea más potente. Los espectadores cada vez tendrían que ser más activos en las obras de teatro, los protagonistas de ese proceso creativo. Romper las cuatro paredes que delimita a veces la propuesta dramatúrgica.
Yo apuesto por la experimentación, por la hibridez de lenguajes y de estética, por convertir el escenario en una acción colectiva, donde el espectador no sólo vaya a deleitarse con los “actores” sino que pueda cambiar su mirada, su percepción de las cosas, reflexione y no sea pasivo ante lo que nos rodea. El gesto es del teatro, la actitud es de la performance. Hagamos gestos performativos, hagamos del teatro una actitud. El teatro es narración e interpretación, pero la performance puede ser la historia fragmentada de una idea.
Por supuesto que el teatro y la performance más pura son esenciales conservarlos, pero aventurémonos a nuevos territorios. Hay que sumar, enriquecerse de cada persona y de cada disciplina, experimentemos, evolucionemos. Pero pensemos antes de hacer. Una idea no sirve de nada si no se lleva a la práctica. Nada debe ser puro, en la fusión está la riqueza.
Ya hubo y hay creadores que fusionan los dos lenguajes o las dos disciplinas como Rodrigo García, Angelica Lidell, Marie Chouinard, Jerzy Grotowski, Pina Baus, Peter Brook, La fura dels baus, Fernando Arrabal, Jessica Walker, Jean Fabre, Katie Mitchell, Domix Garrido, Zona Zalata, Los Torreznos o el propio Sergio Muro con Lucio Cruces cuando realizaron La Historia de la Performance para teatros. Ya el insigne Antonin Artaud abogó porque el arte y la vida fueran una misma, y así lo experimentó en su Teatro de la crueldad.
Y aunque nadie quiere posicionarse, nadie es intruso, dónde están los límites, las delimitaciones, dónde las influencias… lo más importante es la intención, la intención de crear algo distinto, algo que realmente transcienda.
Performance en la 1ª Semana de la Performance ESpacio Labruc de Madrid (2016).
Imagen superior: dibujo de Sergio Muro en la muestra Historia de la performance (2015).