Ricardo Gómez y Juan Echanove: dos colosos en Rojo

Ricardo Gómez y Juan Echanove: dos colosos en Rojo

Mark Rothko (1903-1970) fue un pintor judío emigrado a Estados Unidos que se desenvolvió a la perfección en el expresionismo abstracto –movimiento que, en ocasiones, él criticaba debido a su carácter alienante-. Sus cuadros muestran amplios campos de color rectangulares con unos límites indefinidos entre ellos. Son colores borrosos, que flotan suspendidos en el lienzo, que envuelven al espectador y lo hace partícipe. Era un artista atormentado al cual un episodio depresivo le condujo al suicidio.

En la década de los 50 recibió uno de esos encargos que sirven para encumbrar a un artista: unos murales que “decorasen” el Four Seasons del Seagram Building en Nueva York. El encargo en principio fue aprovechado como un reto para elaborar una crítica a la sociedad de consumo, pero acabó declinando la oferta y dejando diseminadas sus obras en otros lugares alrededor del mundo.

La breve e intensa historia que expone Rojo comienza con Mark Rothko recibiendo a un tímido aprendiz en su taller al que le pregunta: «¿Qué ves?». Así que recojo el testigo que ni Ricardo Gómez ni Juan Echanove me han pasado y contestaré a la pregunta.

En Rojo veo el proceso de la creación del arte y del artista. Veo una furibunda crítica al capitalismo y, por consiguiente, al mercado de arte. Veo una relación sincera entre dos generaciones cuya identidad es fruto del tiempo que están viviendo. Veo a un aprendiz luchando por buscar y encontrar su propia voz, y a un maestro cansado de gritar. Pero más que acto veo potencia. Veo dos colosos sobre el escenario que, en ningún momento, se hacen sombra y brillan juntos. Tanto Ricardo Gómez, en el papel de aprendiz, como Juan Echanove, Rothko, son la simbiosis perfecta a la que sus personajes se refieren cuando hablan de Pollock y Rothko.

A lo largo de la función se arroja verbalmente un torrente de información que el espectador recibe incómodo y, por qué no, sorprendido. Incómodo porque en esta sociedad de mentes silenciadas y pensamientos castigados el espíritu crítico bien argumentado es una rara avis. Y sorprendido por la magnitud de la disertación delineada a lo largo de un guion sublime.

Rojo es una balanza que comienza con Juan Echanove en la parte alta, destacando orgulloso al igual que su ególatra personaje. Pero que conforme pasa el tiempo narrativo y la sombra, la frustración y la angustia se posan sobre él, la balanza cambia y en la cima se encuentra Ricardo Gómez despojado de cualquier duda. Supongamos que las balanzas funcionan así, ya sé que no, no encontraba un símbolo más oportuno, mis disculpas.

El éxito de Rojo radica no solo en las actuaciones o en el guion sino también en todo aquello que el espectador acoge y desgrana en su mente. Muchos son los filósofos que se mencionan pero yo me quedo con Nietzsche y con su libro, citado en la obra, El nacimiento de la tragedia donde expone el pensamiento trágico que, considero, ha quedado perfectamente reflejado en Rojo a modo de metáfora. El personaje de Echanove sería, como vemos en la recta final, la desolación por la muerte de un alma trágica que ha aceptado el devenir de la vida, con sus placeres y sus miserias, mientras que Ricardo Gómez es el éxtasis de la creación incipiente.

Ricardo Gómez en su carta de despedida a Cuéntame como pasó, serie que él mismo dice haber sido la mejor escuela, termina diciendo: la necesidad de «hacer algo nuevo». Ricardo sigue estando necesitado de hacer cosas nuevas que nosotrxs podamos ver y disfrutar, pero que sobre todo a ti te hagan crecer como lo estás haciendo. Eres bárbaro.

Finalmente asumiré que he llorado viendo Rojo y que considero que el arte es eso, emoción. Y Rojo lo es. Rojo es arte.

 

Imagen superior: Cartel promocional de Rojo.

 

Pamela Tomás

Redactora de la Revista Kalós